Esta es la historia de un jugador de fútbol. Era un lateral derecho que sólo sabía jugar en esa posición. Defendía, atacaba. Corría la banda arriba y abajo, una y otra vez. Su pie derecho colocaba unos centros prodigiosos al área, medio-goles para las cabezas de los delanteros. Todo el mundo sabía que era un gran lateral derecho.
Un buen día, los dos laterales izquierdos del equipo se lesionaron de gravedad. El entrenador pensó: «¿Y si lo coloco por la izquierda? Es un gran profesional, siempre me ha respondido bien en la banda derecha y, además, no me queda otra». Así que al siguiente partido lo puso en la otra parte del campo. El gran lateral derecho pasaba a jugar donde nunca había jugado, en la izquierda.
Las cosas no fueron bien al principio. Fuera de su posición natural nuestro ex-lateral diestro se sentía aprisionado, atascado. Cumplía con el expediente pero era otro futbolista. Peor mucho peor. Las pocas veces que se animaba a subir por la banda metía unos centros horribles con su pierna mala.
Al mes del cambio en la cabeza del futbolista surgió este razonamiento, «tengo dos opciones. Seguir así y esperar a que algún día me devuelvan a mi posición o partirme el culo trabajando para ser un buen lateral izquierdo«. Dicho y hecho. Aparte de los entrenamientos con el grupo, el defensor estuvo toda la temporada haciendo una sesión diaria de dos horas para mejorar el golpeo en corto y largo de su pierna izquierda. Pidió jugar cada semana un partido con los jugadores del equipo B en los que se prohibió a si mismo utilizar su pierna buena. Sólo usaba la mala, la izquierda. Poco a poco fue mejorando. Comenzó a sentirse más suelto por la banda que tanto le atenazaba. Con el tiempo se convirtió en un lateral polivalente. Bueno en la derecha, bueno en la izquierda.
Sinceramente no sé si Fabricio Werdum llegó siquiera a jugar a fútbol. Pero sí sé que antes tenía una banda derecha como la del futbolista figurado de este artículo. Su banda derecha era el suelo. De pie, podía intercambiar pero era muy evidente que la lona era su zona de confort. Aún en el 2011 en la última derrota de su carrera contra Alistair Overeem, lo comprobábamos. «Vente conmigo al suelo» le decía al holandés un Werdum provocador.
Sin embargo, llegó un día en que las cosas cambiaron. ¿Por qué no dejar de ser un luchador previsible? ¿Por qué no trabajar y trabajar y trabajar para conseguir tener un golpeo de primer nivel? Y eso debió hacer. Hoy por hoy, el brasileño ya no fuerza irse al suelo ni insta a sus oponentes a que le acompañen. Seguramente se dio cuenta que así nunca llegaría a acariciar cinturones.
Más allá de su crucial victoria sobre Emelianenko en el 2010, siempre he valorado al nuevo Werdum por sus victorias sobre Roy Nelson (a base de clinch y rodillazos), Mike Russow (un uppercut fue la clave), Travis Browne (lección de golpeo en todos y cada uno de los cinco rounds) y Mark Hunt (rodillazo volador que le valió para ganar el cinturón interino del peso pesado del UFC).
Su última victoria es la de este pasado fin de semana en el UFC188 contra Caín Velásquez. Intuía que la estrategia de Werdum podía ser clave y así fue. Como él dijo al acabar el combate, «ha sido importante entrenar en la altura de México antes de la pelea». En corazón (resistencia física) superó a Velásquez. ¿Y en golpeo? También.
Su victoria y su cinturón de mejor peso pesado son una recompensa para aquellos que en la vida no se conforman con correr la misma banda derecha de siempre.
Por Enrique Gimeno
*Este artículo es una actualización de uno que ya escribí en noviembre sobre Werdum. Por cierto, de los pronósticos de los luchadores españoles acertó plenamente Pablo ‘Pitbull’ Peralta que apostaba ciegamente por la victoria del brasileño. Buena vista.
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